Sus palabras al aire como luciérnagas trazaron nuestra ruta.

Con el tiempo nos hemos hecho de muchos amigos lectores, tomamos café y platicamos sobre la vida y nuestros libros. Uno de ellos visitaba la bodega frecuentemente, antes estaba en la cerrada de bajío.
Cuando llegaba se podía percibir a lo lejos una persona alta, fornida, de mirada seria y de pelo cano. La formalidad y discreción eran distintivos de su personalidad, muy amablemente tocaba a la puerta, saludaba y preguntaba si era posible dar un vistazo a material nuevo.

No vivía muy lejos y desde su ventana seguro podía ver cuando llegaba nuestra camioneta con cajas llenas de libros, eso sí, siempre esperaba algunas horas queriendo calcular más o menos nuestros tiempos de descarga y acomodo.
Entre nuestros libreros ya teníamos uno destinado para ese material por el cual se inclinaba más, a veces lo podía encontrar medio lleno o completamente vacío, es cuestión de suerte. Los libros firmados por sus autores, las ediciones príncipe, los libros ilustrados a mano, las colecciones de grabados y las obras antiguas de filosofía e historia son bastante cotizados. Él lo sabia, pero sus visitas se extendían hasta ya pasada la noche, le gustaba revisar todo sin que nada se le escapara.

Era generoso con sus conocimientos, nos compartía datos al azar que parecían no tener ilación, sus palabras al aire como luciérnagas trazaron nuestra ruta.