Hay una gatita gris que pasa por las tardes generalmente, le gusta que la admiremos y son contadas las veces que se deja tocar. Camina por las bancas de afuera de la librería y se contonea sin detenerse, no importa que tan insistente sea tu llamada, nunca lo hace. Un día le ofrecimos un poco de pollo y ni así se acercó, recuerdo que solo nos miro, se dio la vuelta y prosiguió camino. Seguramente cuando pasa por aquí siempre es terminando de comer por eso no acepta nuestro ofrecimiento.
Dentro de la librería, podemos ver entrar innumerables tipos de personas y temas por los que acuden, entre ellos los vendedores de libros, algunos entran al mostrador cargando sus libros, pero es muy común hacer las transacciones en la cajuela.
Una tarde, la gatita Mica, como le bautizamos, hacía su recorrido habitual, ese día se había dejado mimar cuál es mi eterno deseo. Llegó un auto cargado de libros y contrario a lo que siempre sucede, esa vez Mica se quedó sentada casi esperando a ver también los libros que llevaban los vendedores, una familia que acudía con todo tipo de libros.
El más pequeño de los hijos camino cuidadosamente en dirección a la gata y ella sorpresivamente se dejó cargar, debo de mencionar que sentí un poco de celos por su astucia al tomarla, veces anteriores lo había intentado y siempre resultaba en un rotundo fracaso.
No pusieron atención a mis preguntas, y apenas reaccionaron cuando mencioné el monto a pagar. Ellos: papá, mamá, los hijos mayores y el niño que sostenía a Mica sólo querían acariciar al amiguito peludo. Me preguntaron si había a quien comprarle a la gatita yo manifesté que era muy difícil saberlo, pues la minina es solo transeúnte…
Afortunadamente nadie actuó con necedad o de manera insensata. Los pequeños se despidieron con un beso a la gatita, cada uno pidiendo su turno, todos siguieron su camino.