Yo soy bibliotecario de la gran Biblioteca de Alejandría. Desde niño, me apasiona el conocimiento y la cultura. Por eso he dedicado mi vida a estudiar y preservar los libros que albergaba este maravilloso lugar. Aquí leí las obras de los grandes poetas, filósofos, historiadores y científicos de todas las épocas y lugares. Aprendí sobre el mundo y sus misterios. Fueron tiempos felices.
Pero hoy todo eso se ha acabado. Hoy he visto cómo el fuego devoraba los libros que tanto amaba, cómo las llamas consumían la sabiduría de la humanidad, mientras el humo oscurecía el cielo y el futuro.
Todo empezó cuando el general romano Julio César llegó a Alejandría, huyendo de sus enemigos políticos. Se refugió en el palacio real, donde fue recibido por la reina Cleopatra. Pero los partidarios del rey Ptolomeo XIII, hermano y rival de la reina, no estaban dispuestos a tolerar la presencia del invasor romano. Así que sitiaron el palacio y bloquearon el puerto.
César, para defenderse, ordenó a sus soldados que prendieran fuego a los barcos enemigos que estaban anclados en el puerto. Pero el viento sopló con fuerza y llevó las llamas hasta la Biblioteca. El fuego se propagó rápidamente por las estanterías de madera y los rollos de papiro. Los bibliotecarios intentamos salvar algunos, pero fue imposible. El calor era insoportable, el humo nos ahogaba y el ruido nos aturdía.
No pude hacer más que ver cómo se perdían para siempre las obras de miles de autores, cuyos nombres y pensamientos se borraban de la memoria. Vi cómo se destruía el legado de siglos de civilización sintiendo una profunda tristeza y una gran rabia.
No sé cuántos libros se quemaron ese día, pero cada papel es una pérdida irreparable para la humanidad.
Sé que de alguna forma tendremos que levantarnos, tendremos que buscar copias y reconstruir todo poco a poco, pero por ahora no soporto ver las ruinas de lo que fue mi hogar y mi orgullo.
Nunca olvidaré este día ni olvidaré el dolor por todo lo que perdimos.