En un café lleno de libros, sus ojos se encontraron con los de ella. Al principio solo se sonrieron por cortesía, pues eran las únicas dos personas que estaban en ese lugar. Eran cómplices de alguna manera.
Se estuvieron mirando de reojo, esperando que el otro no lo descubriera. Luego llegó la hora en que él debía partir. “Será otro de esos momentos, en el que puedes imaginarte toda tu vida junto a un extraño, pero nada sucede y lo olvidas con el tiempo”, pensó mientras se preparaba para irse.
Entonces, mientras la veía por última vez noto que leía al mismo autor que él. Así supo que debía sentarse junto a ella para que compartieran más que unas miradas.