Mis libros son más que meras palabras en páginas impresas. Son tesoros que siempre llevaré conmigo, incluso mucho después de haberlos leído. Aunque el tiempo pase y las palabras hayan marcado un final, lo que dejan en mi se queda para siempre.
Cada vez que abro uno de mis libros favoritos, las palabras escritas con tanto cuidado y cariño se convierten en recuerdos vívidos, sin importar cuánto tiempo haya pasado desde la última vez que los leí.
Es asombroso cómo una historia, incluso después de haber sido leída, sigue resonando en mi vida cotidiana. Encuentro fragmentos de esos libros en mi forma de pensar, en mis decisiones y en la forma en que me relaciono con el mundo que me rodea. Son como semillas que germinan en mi mente, guiándome y moldeando mi perspectiva a medida que crezco.
Mis libros son una parte intrínseca de mi identidad, un legado de experiencias, emociones y sabiduría. Aunque haya terminado de leerlos hace mucho tiempo, su presencia sigue viva, recordándome que las historias que nos mueven nunca terminan realmente, sino que se convierten en parte de quienes somos.