En la galería de mis recuerdos, vuelvo a aquellos días impregnados de magia en los que, como una pequeña ávida de conocimiento, me sumergía en el taller de mi padre mientras él arreglaba un auto viejo. Allí, entre el olor a metal y el sonido de las herramientas, encontré mi santuario literario. Mientras él componía con pasión, yo me refugiaba entre las páginas, dejando que las palabras me transportaran a mundos desconocidos. Agradezco a mi padre, con gratitud eterna, por haber avivado en mí el amor por la lectura, por haber sido el guardián de la sabiduría que se oculta en las letras. Sus silencios elocuentes y sus manos hábiles me mostraron que el poder de las palabras es un faro que guía el camino hacia el autodescubrimiento y la libertad. En cada página que he devorado desde entonces, siento el eco de su aliento y la certeza de que la lectura es el tesoro más valioso que un padre puede legar a su hija.

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