El dragón, de escamas desgastadas por los siglos y ojos tan antiguos como las montañas, gruñía en desacuerdo con el mago. El mago, cuyo bastón estaba tan gastado y retorcido como los árboles viejos del bosque, levantaba la voz en tonos de frustración y sabiduría.
“¡Las historias son la esencia de la existencia!”, exclamó el mago, la barba blanca temblando con la intensidad de sus palabras. “Son la sangre que corre por las venas del tiempo, que conecta el pasado, el presente y el futuro”.
El dragón resopló, una nube de humo surgió de sus fauces, llenando el aire con un olor ácido. “¡Pero hemos escuchado cada cuento, cada leyenda, cada relato! ¿Qué sentido tiene seguir contándolos si ya conocemos todos sus rincones y giros?”
El mago se inclinó hacia el dragón, sus ojos brillaban con la intensidad de mil estrellas. “Ah, pero ahí yace tu error, viejo amigo. No importa cuántas veces escuchemos una historia, siempre hay algo nuevo que descubrir. Un detalle pasado por alto, una lección no aprendida, una emoción no sentida”.
El dragón, con sus garras afiladas rasguñando la tierra, refutó con vehemencia. “¡Pero la eternidad es un compañero cruel! Nos ha dado todo el tiempo, pero ha robado la novedad. ¿De qué sirve un cuento cuando ya se ha destripado hasta su última palabra?”
La discusión continuó, con el fuego del dragón chocando contra la magia del mago, iluminando el cielo nocturno con destellos de una batalla milenaria. Sin embargo, en este choque de titanes, una verdad se mantuvo inalterada. Las historias, viejas y nuevas, eran eternas. Sobrevivían a dragones y magos, cambiaban y evolucionaban, y con cada contienda, con cada debate, nacían de nuevo.
En la intensidad de su discusión, el dragón y el mago no se dieron cuenta de la audiencia que habían reunido. Criaturas de todas las formas y tamaños, jóvenes y viejas, se habían reunido para presenciar la espectacular disputa. Y en sus ojos, en sus corazones, una nueva historia nacía. Una historia de un viejo dragón y un mago aún más viejo, discutiendo acaloradamente bajo un cielo estrellado, uniendo generaciones con la eterna danza de palabras y fuego.
Y así, en medio de su incertidumbre y desesperación, sin saberlo, el dragón y el mago tejieron una nueva narrativa, demostrando que, mientras exista pasión, curiosidad y desafío, las historias nunca cesarán de nacer, vivir y renacer. En la eternidad de sus existencias, se dieron cuenta de que eran, ellos mismos, cuentos vivientes, y que la magia de la narrativa era inmortal, como la esencia que los mantenía vivos en un mundo siempre cambiante.