El sol bañaba el interior del café, iluminando los rostros de dos profesores absortos en conversación. La mesa desgastada que ocupaban se había convertido en un testigo silencioso de múltiples encuentros similares.
“He oído hablar de esta exposición, libros que hablan sobre libros,” dijo el profesor mayor, sus ojos reflejaban la calidez del ambiente. “Es fascinante, es como un espejo que refleja nuestra propia pasión por la literatura.”
El profesor más joven asintió con entusiasmo. “Es una inmersión profunda en la esencia de nuestra devoción. Los libros, en su esencia, son reflejos de nuestra humanidad.”
Las palabras flotaban en el aire, cada sílaba cargada de un significado profundo. Y en la pausa que siguió, los pensamientos del narrador se entrelazaron con el hilo de la conversación. “Los libros son testigos del paso del tiempo, marcadores de las eras y los individuos que los han sostenido.”
Un segundo narrador, un observador distante, no podía conectar completamente con la profundidad de la conversación. “Son páginas encuadernadas, palabras impresas,” se dijo a sí mismo, la magia esquiva se le escapaba.
La nostalgia se apoderó del profesor mayor. “La primera vez que leí un libro que trataba sobre otros libros, fue un viaje de regreso a una época donde cada texto era un descubrimiento, un nuevo horizonte.”
“Y ahora estamos aquí,” respondió el joven, “cada lectura es un lazo que nos conecta no solo a los autores, sino a otros lectores, a lo largo de generaciones.”
El silencio se cernió de nuevo. Un momento de reflexión profunda, una pausa en el diálogo que permitía la absorción, la digestión de las palabras compartidas.
“Los libros, son puentes, conectores de experiencias humanas, de eras, de civilizaciones,” reflexionaba el primer narrador en la tranquilidad del interludio.
El segundo narrador, aún un enigma para él mismo, observaba la intensidad de la emoción en los rostros de los profesores. Un destello de comprensión, fugaz, iluminó su confusión. “Hay un mundo en esos volúmenes encuadernados, una profundidad que aún no he explorado,” admitió en silencio.
La anticipación del evento literario que se avecinaba impregnaba el aire mientras los profesores se despedían. Y en la quietud que dejaron atrás, el segundo narrador se quedó, inmerso en un silencio reflexivo, en el umbral de un viaje no iniciado hacia la profundidad del universo literario.