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La vida cotidiana de lectores y libreros en voz de sus actores. Cedemos la palabra para que nos cuenten sobre su camino y lo que les inspira para a vivir entre libros.

Los tesoros encontrados dentro de libros viejos

Texto: Cristina Hernández

Un libro no es sólo un libro. Es también, entre otras cosas, los lugares donde lo leíste, el consuelo que te dio en cada momento, la diversión, la compañía”; esta frase del escritor Arturo Pérez Reverte adquiere sentido al entrar a las librerías de viejo donde se guardan ejemplares que datan de varios años atrás y hasta de principios de siglo.

Al viajar en avión, autobús o en el Metro se usa lo primero que se tiene a la mano para no perder la hoja del libro que se está leyendo, en caso de que no se cuente con un separador. Por eso, es común que los libros antiguos guarden entre sus hojas desde boletos del transporte, billetes antiguos, fotografías y otros objetos que con el tiempo se vuelven auténticos tesoros.

Sergio Núñez, quien dirige “Librero en Andanzas”, llama “testigos” a estos objetos. Esta librería queda cerca de la colonia Roma y tiene una sede más en Hidalgo. En su caso, vende y compra colecciones a partir de 200 libros, aunque también acepta ejemplares de una sola pieza.

La librería de Pachuca está justo en el centro de esa ciudad y tiene más de 19 años. Pertenecía a un librero que se hacía llamar Mr. Book y lo conoció porque le vendían libros hasta que él les ofreció traspasarla y aceptaron.

Antes vendía libros nuevos, pero a la llegada de Sergio Núñez le cambiaron el giro para que fuera una librería antigua. Para la ciudad de Pachuca ya es una librería de referencia.

Sergio reconoce que la mayoría de venta de libros e intercambio se da en la Ciudad de México. Durante la pandemia bajaron las ventas y las librerías permanecieron cerradas varios meses.

Algunos de los ejemplares que él tiene están grabados en letras doradas, sus lomos son de piel y como separador tienen un listón rojo. Ha tenido también primeras ediciones de libros famosos como Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez. “Me conmovió muchísimo porque es una obra que conozco, que me gusta y no imaginé encontrar una primera edición en mis manos”, cuenta Sergio Núñez.

Los habitantes de las librerías de viejo

Hace más de cien años, en EL UNIVERSAL ILUSTRADO del 4 de agosto de 1927, Domingo Diez describía a las librerías de viejo como un lugar que “tiene siempre algo de triste, encoge el espíritu y hace pensar, y no pocas veces lamentar la ‘suerte’ de las obras buenas que yacen ahí quietas y olvidadas”.

Quienes dirigen estas librerías han visto y tenido entre sus manos, cientos de ejemplares con un sinfín de historias por contar. Se hacen amigos de los libros y hablan de ellos a los clientes que llegan buscando alguna obra.

El periodista aseguraba en aquella época: “El librero de viejo, al ofrecer alguna obra, da al probable cliente referencias sobre ella, habla de su valor científico o literario, de su mérito filosófico, de todo, absolutamente de todo, lo mismo da que se trate de una obra sobre puericultura que de una novela o un tomo de versos.”

Domingo Diez contaba:

“El tipo de cliente que va al puesto lo hace sin la idea preconcebida de comprar tal o cual obra; lo lleva solamente el propósito de adquirir un nuevo libro, el que encuentre y le parezca interesante, no importa cuál sea, y por ello es que hurga, revuelve, descompone los anaqueles, hasta dar con el libro que le interesa. Cuando ha hecho su elección, regatea todo lo más y, al fin, al ponerse de acuerdo con el librero, aparta el volumen adquirido y sigue buscando, pues pocas veces va con el propósito de comprar una sola obra. Estos sistemáticos compradores de libros viejos nunca sacian su voracidad bibliófila”.

Hoy en día, los clientes siguen buscando estos oasis entre las calles de la ciudad. El objetivo es encontrar tesoros ocultos o ejemplares descontinuados que en las librerías modernas ya no existen.

Para llegar a estos lugares generalmente se pacta una hora o se entrega a domicilio y son para clientes especiales que buscan un libro raro, una obra específica o algo más detallado.

Sergio Núñez cuenta que entre los visitantes que ha tenido dentro de sus librerías se encuentran coleccionistas y autores, además de otros dueños de librerías. Las pláticas se convertían en tertulias al hablar de libros, corrientes literarias y diversos temas.

Entre sus principales clientes están estudiantes de preparatoria, universidad, doctores, licenciados, investigadores, periodistas y bibliófilos que conocen varios ámbitos de la literatura. 

Asegura que los precios varían y pueden ir desde los cinco pesos, diez o hasta 50 mil con libros muy exclusivos. Estos se remontan a primeras ediciones o libros firmados.

Dice que reciben alrededor de dos colecciones por día y las otorgan, sobre todo, por fallecimiento. “Cuando una persona muere no sabe, la familia no sabe qué hacer con todos sus libros y prefieren venderlos”. 

La única condición es que todos estén en buen estado: no rotos ni deshojados, sin rastros de hongos o humedad. Eso es lo primero que revisan.

Hay clientes que han pedido libros que se imprimieron una sola vez y nunca más se volvieron a editar, también libros firmados o ejemplares que formaron parte de la biblioteca de algún coleccionista.

Algunos de tantos “tesoros” 

En la última década Sergio Núñez ha visto varios “testigos” dentro de libros como recados escritos a prisa y que dejan la huella de que alguien los leyó. Entre los más peculiares están también, por ejemplo, cartas escritas de Octavio Paz a Elena Poniatowska o libros dedicados.

Entre las páginas de miles y miles de libros que han pasado por sus manos, Sergio ha encontrado boletos del Metro, cajas de cigarrillos, algunas cartas y recibos del banco.

Los últimos diez años están llenos de anécdotas: “También vienen muchas fotografías y billetes viejos, además de boletos del Metro, del camión, trolebús pero de hace 40 o 50 años”.

Todos esos objetos cuentan una historia de las personas quienes leyeron esos libros en cierto momento de su vida. Para seguir compartiendo esas historias, se creó el grupo de Facebook Álbum Colectivo de Recuerdos Encontrados en Libros.

En él, los usuarios suben fotos de libros antiguos y de lo que encuentran dentro de ellos para ir contando una historia y así poder imaginar quién fue el antiguo dueño, por ejemplo, de un ejemplar del escritor Jorge Amado que contiene un folleto con “Instrucciones para volar”:

“1. Póngase de pie con la mirada al frente y el cuerpo erguido. 2. Levante los brazos justo por encima de su cabeza, respire profundamente. 3. Comience lentamente a extender los brazos (…)”, son algunas de las indicaciones que da el folleto aunque no se indica el año.

Otra de las imágenes que están en el grupo es la de un separador encontrado en un libro llamado Morfina, de Mijaíl Bulgákov. Cuenta que antes en la Alameda Central había personas que hacían separadores con spray, dando un espectáculo ante quienes pasaban frente al lugar para después vender los cuadros o separadores.

También se han visto objetos de principios de siglo, como esta fotografía de 1909 que, al parecer, fue un regalo de cumpleaños. Está dirigida a la señora María R. con la siguiente dedicatoria: “María: Quisiera ser ligera mariposa para felicitarte en este día, con el perfume de la rosa como emblema de la memoria mía. Lola”.

Fomentar la lectura en la pandemia

Sergio asegura que las ventas por internet se han convertido en uno de los puntos fuertes, antes era una rama del negocio y ahora es la principal. Es una gran alternativa para las ventas.

Antes de la pandemia se organizaban remates y ferias para promocionar la librería y fomentar la lectura. Sergio considera que el gobierno podría ayudar al sector de librerías antiguas al darles espacios para vender y promocionar estos libros en algunas plazas públicas, parques o en otros lugares y no solo en la CDMX, sino también en el interior de la República.

Además de los préstamos y apoyos que ha otorgado el gobierno durante la pandemia, Sergio considera que también se puede dar difusión sobre las librerías y del material que se vende en ellas. Antes de la contingencia sanitaria, él tenía una plantilla de más de 20 trabajadores que tuvo que liquidar al menos a la mitad debido a la situación económica ante la pandemia de la Covid-19.

Entre los últimos eventos grandes e importantes que tuvieron fue uno cuya consigna fue: “todo lo que quepa en una caja por 100  pesos”. Así, los visitantes podían escoger los libros que querían y llenar una caja grande para llevársela a un buen precio.

Se realizó en la librería ubicada de la colonia Roma. Al día adquieren, al menos, dos bibliotecas cuyos libros se reparten entre las distintas tiendas y es en este proceso de revisar los libros cuando encuentran sus tesoros ocultos.

Otro ejemplo de librerías de viejo son las de la calle de Donceles, en el Centro Histórico las cuales se han visto castigadas por la pandemia. Algunos han innovado haciendo remates o entregas a domicilio para fomentar la lectura durante estos meses de encierro pero, también, para sobrevivir y permanecer abiertas.

Al preguntarle cómo fue su acercamiento a la literatura, Sergio recuerda: “Mi padre tenía una pequeña biblioteca y siempre lo veía leer y que cuidaba los libros. Siempre estaba leyendo y eso me atrajo. Después en la secundaria, una profesora de Historia me dejó leer ciertos libros que me llamaron mucho la atención y eso me acercó más a la lectura.”

Para él es triste ver cómo las librerías de viejo se van acabando debido a que en México hace falta fomentar la lectura. “Creo que todo radica en que desde niños los hacen leer por imposición, sobre todo, libros que son aburridos o no les llaman la atención, entonces desde ahí queda ese estigma de que la lectura es aburrida”, finaliza Sergio.

La composición de la fotografía principal muestra una librería de viejo en Donceles en 1991, es del archivo de EL UNIVERSAL.

Fuentes:

  • Hemeroteca EL UNIVERSAL.
  • Entrevista con Sergio Núñez, quien dirige Librero en Andanzas
  • Grupo de Facebook Álbum Colectivo de Recuerdos Encontrados en Libros.

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