Es un labrador o un golden, un perro grande y gordo. Camina meneando la cola, con el hocico abierto, sacando la lengua, bonachón. Tendrá unos diez o doce años. Parece que va bailando, moviendo su cabeza al caminar, levemente, de un lado al otro, como si estuviera sonriendo.
Al otro extremo de la correa, la mano de una mujer joven y esbelta, enfundada en un mallón deportivo y una blusa holgada, lo sujeta amablemente. La correa va suelta. Ella, con su rostro tranquilo, lo mira cuando pasa algún peatón a su lado. Su cabello recogido deja ver un par de aretes sencillos, dos pequeñas esferas de oro y un collar con un colgante, una piedra azul aguamarina.
Su semblante transmite una seriedad contemplativa. "Buenos días", dice al acercarse a la barra del café. Del otro lado, Ana gira rápidamente y con una sonrisa le devuelve el "buenos días". La mira a ella y mira al perro. "Es un encanto", piensa, mientras anota en una comanda: un café latte y un americano para llevar.
"Enseguida", escuchó decir, mientras le indicaba al perro que la siguiera. Ella se sentó en una de las mesitas de afuera, el perro se echó a su lado.
Hay algunas calles que están vivas, tienen su propio ritmo, pero no hablo de las avenidas, eso sería fácil. Te hablo de las calles pequeñas, las que solo conocen los peatones que las transitan para ir de vuelta a casa, o a tomar el metro para ir al trabajo. Esta, por ejemplo, es una calle que me recuerda a un par de viajeros entrados en años que han parado en la carretera, a mirar una pequeña laguna desde la orilla y el viento fuerte les despeina, como el viento que mueve los árboles y hace caer las hojas a un ritmo imperceptible.
"Ya pedí tu café", le dice la mujer esbelta al joven que llega a sentarse al otro lado de la mesa. Se sonríen, es una escena cálida, sin ser empalagosa, lo cotidiano en este pequeño café de barrio, que aun careciendo de glamour, puede ofrecer una experiencia auténtica, el espectáculo de la vida misma.
"¿Quieres azúcar para llevar?", "No, muchas gracias, así está bien". Una conversación breve, que termina cuando ambos toman cada quien su café y se levantan. En la mesita se queda una pequeña propina y la promesa de volver.