Imagina una pequeña librería donde cada rincón esconde una historia y cada cliente se convierte en protagonista de una anécdota única.
Desde el mostrador no se alcanza a ver toda la librería, pero afortunadamente no pasamos demasiado tiempo en ese lugar. Regularmente, estamos moviéndonos de aquí para allá en la librería: moviendo libros, sacándolos de las cajas que llegan desde la bodega, recibiendo libros que las personas nos traen a vender, acomodando los libros en las secciones que corresponden, haciendo pequeñas pausas cada rato, abriendo libros o bromeando con los colegas.
"Discúlpeme, no recordaba que seguía en la librería", fue lo que le respondí a un cliente que no hacía nada de ruido. Me había entretenido en las labores del día, revisando unos paquetes que venían del grupo de BookDealer y que entregaría esa semana. Puse un poco de orden en la caja y le llamé a Zuli para recordarle que no había pasado a recoger los códices que acordaron recoger la semana pasada.
Pasaron quizá unas dos horas. Me preparé un café y salí a sentarme en la banca, debajo del árbol, frente a la librería. Estaba disfrutando mucho mi café cuando, de repente, vi salir de la librería al cliente que había entrado en la mañana. Pensé que no había nadie en la librería y empecé a disculparme, pero él me dijo: "Por favor, no se levante. Me entretuve, ¿les llegaron libros de antropología?, ¿verdad?" y comenzó a mencionar los libros que había encontrado. Le ofrecí un café, en forma de compensación de parte de la librería. Lo aceptó y se sentó en la mesita de afuera. Mientras tomaba su café, revisó sus nuevos hallazgos.
¿Te ha pasado alguna vez que te entretienes tanto en tu labor que olvidas a las personas que están a tu alrededor? Desde ese día, intento poner más atención a los clientes, no sea que algún día baje la cortina y se quede alguien adentro.
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