Descubre cómo la librería de Bajío 156, con sus tapancos transitables y aroma a café recién tostado, invita a los visitantes a encontrar su rincón literario favorito en Roma Sur.
"Es como ver a un niño de 60 años disfrutando como si fuera el primer día, como si fuera Navidad." Esa es la sensación que produce ver a un cliente explorando la librería de Bajío 156, nuestro pequeño estanquillo literario. Con paciencia y una sonrisa en el rostro, separa montones de libros que luego colocamos afuera, en una mesa de café, donde los revisa con calma mientras pide un pastel y un capuchino.
Esta librería ha sufrido más renovaciones de las que puedo recordar. Ha visto pasar remates en los que todos los libros se han ido, vaciándose y llenándose tantas veces que da gusto. Es un lugar al que le tenemos especial cariño, es nuestro lugar de origen, una pequeña Aztlán en miniatura en una calle poco transitada. Ha sobrevivido a temblores, a encerrones que parecían interminables, a nuevas normalidades y a cosas triviales que no lo son tanto, como los días de lluvia y los días de fuerte viento, ese que mueve los enormes árboles, deja caer las hojas y tapiza las banquetas de la colonia con el verde de las hojas y, en algunos lugares afortunados, con florecillas moradas.
Menudo sentimiento. Te cuento esto para que te den ganas de visitarnos, para que sepas que hemos renovado una y otra vez los libreros. Aunque pequeña, sus tapancos transitables bordean el espacio de piso a techo, a doble altura, en este pequeño recinto. No viene mucha gente nueva a la librería porque está un poco escondida, y parece que esta parte tranquila de la Roma no es muy popular ni se encuentra en las guías de viaje.
"Si yo tuviera tiempo, pasaría más por aquí", me dijo un cliente que pasaba después de las seis. "Este lugar me queda de vuelta del trabajo, y trato de pasar regularmente. La verdad, me gusta mucho. Me agrada cómo tienen acomodadas las secciones, y me gusta que, cuando llego, ya saben qué tipo de libros me interesan y me tienen algunos apartados". Esta es una de tantas experiencias de personas que se dan un tiempo y se han vuelto feligreses de esta pequeña librería.
A mí me gusta la librería. Me gusta que recibe luz todo el día y que dentro se siente fresco. Me agrada el aroma de los libros; cuando uno pasa por la calle, todavía a unos metros de la entrada, puede percibir el olor a café tostado y las risas cómplices de los libreros que esperan. Y si uno se asoma, puede ver a uno, dos o tres clientes revisando con calma los entrepaños.
Disponemos de una mesa de ofertas afuera de la librería, cuyo objetivo es sencillo: seducir con la mirada y guiñar con el precio a los paseantes distraídos que transitan por la calle de Bajío a la altura del 156. ¿Se convertirá esta librería, visitada por desconocidos, en su nueva casa? Siempre hay quien encuentra en esta pequeña librería su lugar favorito en el mundo.
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