Desde sus humildes comienzos hasta convertirse en un refugio para los amantes de los libros, descubre cómo, Librero en Andanzas, se convirtió en un pilar de la comunidad literaria en la Colonia Roma Sur.
La historia de Librero en Andanzas en la Colonia Roma Sur
He contado esta historia tantas veces que cada vez descubro nuevos detalles. La historia de la primera librería de Librero en Andanzas, ubicada en la calle de Bajío 156, es una historia peculiar. Es la historia de una librería que nunca pensó serlo y de unos libreros que no eran precisamente libreros; eran un par de ingeniosos lectores que querían aprovechar el momento para conseguir un montón de libros y quedarse con algunos para ellos, como los pescadores que llevan las mejores presas a su casa para compartirlas con su familia o disfrutarlas solos.
Antes de aquella feria en el Casino Metropolitano, Librero en Andanzas solo era un proyecto, palabras dichas entre dos personas que veían una buena oportunidad de crear una sociedad en la que se conseguían libros rápidamente y se vendían con la misma velocidad. Eran un par de jóvenes idealistas que creían que su idea era lo suficientemente fuerte como para perdurar y generar riqueza. Ingenuos, pensaban que si unían sus talentos tendrían vacaciones prácticamente todo el año, trabajarían a lo sumo dos días a la semana y que el resto sería descanso. Sonaba tan bien que esa idea fue la que aglutinó voluntades.
Recuerdo que compramos una biblioteca en el sur de la ciudad, cerca de la penitenciaría, en una casa muy grande dentro de una privada de casas también muy grandes. Era la biblioteca de un político al que apodamos "El Padrino". Era una biblioteca impresionante, distribuida por toda la casa: en un gran estudio, en las escaleras, en muebles del recibidor y en la primera planta. Había libros muy interesantes de historia de México, ediciones realmente valiosas, tratadas para darles una apariencia estética muy bonita. Muchos de ellos fueron reencuadernados en piel y otros tenían cajas hechas a medida para protegerlos como verdaderos tesoros.
Aquel fue nuestro primer gran negocio. Compramos los libros y pagamos en efectivo con dinero que nos prestaron. Rentamos una camioneta porque en ese entonces acudíamos en un coche viejo y los libros no cabían. Aquel día nos dividimos: uno fue por la camioneta y los papeleos para rentarla, mientras el otro comenzó a empaquetar los libros. Al regresar, cargamos la camioneta y trasladamos todo a una casa. Nos apoderamos de la cocina, desplazamos todo hacia un lado y poco a poco llenamos el espacio de 4 por 4 metros con pilas y pilas de libros. Después de descargar, regresamos por el segundo viaje, llevándonos no solo el resto de los libros, sino también algunos cuadros y otros objetos que nos parecieron valiosos y que prácticamente nos regalaron.
En aquel entonces nuestra oficina principal, si así podemos llamarla, era una habitación que rentábamos con otros roomies cerca de Balderas. Pero no eran roomies como los de ahora: había un jubilado, un señor que trabajaba para el metro y que usaba su espacio para llevar a sus conquistas y hacer fiestas, y otro poeta extranjero. La habitación y todo el edificio temblaban cuando pasaba algún camión o el metro. Para los que viven en la Ciudad de México, estos pequeños temblores pasan desapercibidos. Teníamos que subir cuatro pisos de largas escaleras para llevar los libros. En aquella ocasión, los libros que habíamos guardado en otra ubicación los llevábamos poco a poco y citábamos a nuestros colegas libreros en nuestra oficina.
Al mismo tiempo, trabajábamos con un diseñador muy talentoso que se encargó de dar vida al logo de Librero en Andanzas. Emocionados, mandamos a hacer todo tipo de objetos: tazas, uniformes, gorras, incluso tarjetas de presentación que nunca usamos, separadores y bolsas especiales con el logo de la librería. En ese momento entendí que las bolsas de ese tipo se compraban por tonelada. Imagina a un par de personas venidas de la nada haciendo grandes planes y gastando cada centavo en hacer posibles sus sueños.
La Feria del Libro llegó meses después. El Casino Metropolitano es una construcción impresionante. La instalación de los libreros era sencilla: el organizador conseguía mobiliario de la Secretaría de Cultura, aparadores de biblioteca, y un par de mesas que los libreros unían al frente con manteles improvisados. A nosotros nos enviaron al fondo, en un salón muy bonito y con una luz amarilla, lleno de detalles barrocos, espejos y lámparas que le daban una atmósfera señorial. Subimos los paquetes de libros uno a uno, hasta con 300, y los acomodamos en el stand con premura. Nos sentíamos orgullosos y nos daba gusto que las personas nos vieran pasar con nuestros uniformes. Algunos decían con ironía: "Ahí viene la industria", asombrados de ver cómo funcionaba todo. Nos decían: "Son como el McDonald’s de los libros porque todos vienen uniformados".
Durante aquella Feria del Libro vendimos todos los libros que llevábamos. Las personas quedaron gratamente impresionadas y no solo eso: subastamos desde un peso una buena cantidad de los libros al final de la feria, lo que benefició a muchos de nuestros colegas y nos hizo populares entre los libreros y los coleccionistas. Después de ahí surgió la necesidad de desalojar aquel espacio que nos habían prestado y llevar los libros al cuarto piso donde estaba nuestra oficina, lo cual no era una opción. Por fortuna, y como ocurren muchas cosas en este mundo, nos ofrecieron un espacio para tener una oficina en la Colonia Roma Sur, en la cerrada de Bajío, a la vuelta de donde se encuentra actualmente la librería. Nosotros, casi sin pensar, aceptamos. El espacio no era precisamente adecuado para tener una bodega, ni una librería, ni nada. Se trataba de un cuarto al fondo de un estacionamiento, un pasillo con una ventana, una habitación de 3 por 4 metros y un baño. Era todo. Lo cierto es que la Colonia Roma Sur nos recibió con esa tranquilidad que merece. Llegamos a instalarnos, armamos nuestros libreros como pudimos: midiendo, cortando, colocando pijas y montando los libreros en las paredes. Así comenzó todo. Los libreros que apostaron todo lo que tenían seguían haciéndolo.
Durante algunos meses recibíamos a los colegas en ese lugar para venderles libros. El resto los vendíamos a través de Mercado Libre, una plataforma de venta en línea similar a Amazon o eBay que opera en México. Mucho tiempo estuvimos así y entonces se integraron capturistas que escaneaban o fotografiaban los libros y los publicaban en aquella plataforma. Entre ese flujo de trabajo y los libreros que acudían a comprar, nosotros estábamos bien, estaba funcionando. Lo cierto es que aquellas jornadas de dos días a la semana no llegaron. Por el contrario, los días se hicieron más largos, comenzaban muy temprano y terminaban entrada la noche.
Recuerdo que fue una época de mucho aprendizaje. Aprendimos a tratar con clientes difíciles y con personas amables, a trabajar con ahínco y a compartir. Aprendimos a escuchar con celeridad los comentarios de los colegas, a aprender de ellos sobre autores, libros, editoriales, y a poner mucha atención en las anécdotas que nos compartían. El mundo en ese momento parecía más grande, se revelaba ante nosotros como algo totalmente desconocido. Lo cierto es que mientras eso funcionaba, nuestra participación en el mundo librero iba disminuyendo. La posibilidad de participar en ferias y otras actividades para la promoción de los libros se veía disminuida porque, según entendíamos, nosotros ya estábamos haciendo lo suficiente y teníamos que dejar algo para los demás. Esto me llama la atención porque mucho tiempo reflexionamos sobre el tema, sobre la imposibilidad de hacer lo que queríamos porque no nos alineábamos a cómo se estaban haciendo las cosas. Fue entonces cuando nos percatamos de que hacer las cosas de forma honesta y desde nuestras propias necesidades podría ser tan valioso como estar unidos al grupo.
Parece que me estoy desviando del tema de cómo abrimos la primera librería en la calle de Bajío. Te cuento que nuestra casera, una señora malhumorada y exigente, en algún punto nos dijo: "Necesito abrir el local que está enfrente, en la esquina de Bajío y Cerrada de Bajío, y si ustedes no lo abren, pues van a tener que desalojar el lugar". Nos dio un plazo breve, un par de semanas, y nosotros, haciendo uso de esa resiliencia y capacidad de adaptación, no lo dudamos. Compramos madera al por mayor y entre todos nos pusimos a armar lo que fue la primera librería. Llenamos los anaqueles y organizamos los libros en libreros, una tarea para la que no nos habíamos preparado. Nosotros estábamos listos para atender a colegas libreros, para acudir a alguna Feria del Libro y para subir el resto del material a Mercado Libre. Este cambio implicaba para nosotros aprender nuevas habilidades, gestionar un espacio público donde las personas acuden por placer, por gusto, por un compromiso propio con la lectura, a maravillarse, a deleitarse y a encontrar nuevos tesoros.
Por fin, la librería de Bajío abrió sus puertas. Levantamos la cortina y llamamos a todos a la inauguración. Vinieron nuestros colegas, nuestros buenos amigos, y entre risas, brindis y bocadillos, presenciamos el nacimiento de Librero en Andanzas, una librería que no se parecía a ninguna otra, una librería que no había surgido de la necesidad de ser librería, sino como un gusto agradable, como un gesto amable hacia el resto del mundo, para construir un refugio y decir: "Estamos abiertos".
Lo demás es historia. Con el tiempo tuvimos más dificultades con aquella casera y nos mudamos al lado, donde somos felices. Colocamos tapancos, un café, una banca de iglesia en la entrada y mesitas para que la gente se pueda sentar a leer. La librería se encuentra en la calle de Bajío 156, en la Colonia Roma Sur.
Así fue como surgió la pequeña librería de Bajío 156 en la Colonia Roma Sur, un refugio para caminantes, para mentes inquietas, para los seres humanos que encuentran valioso mantener una mente curiosa.
Comentarios (0)
No hay comentarios todavía. Sé el primero en comentar.