Horacio Hormiga
03 de May, 2024Josué González
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Una hormiga llamada Horacio tenía la inusual afición de leer. Pero en su colonia, la lectura estaba prohibida para las hormigas, considerada una actividad inútil y peligrosa que alejaba a los individuos de sus labores diarias.
"Una hormiga debe trabajar, no perder el tiempo con tales frivolidades", le decía el carcelero hormiga, siempre vigilante, siempre siguiendo las directrices de la Reina.
Horacio fue finalmente descubierto y encerrado en una pequeña cárcel de tierra y piedras, con un carcelero hormiga asignado para asegurarse de que no leyera.
—Te quedarás aquí hasta que comprendas el valor del trabajo y el peligro de la lectura —le espetó el carcelero.
Sin embargo, Horacio fue ingenioso. Le dijo al carcelero que había leído en un libro, que también se encontraba en la biblioteca de la colonia, sobre una antigua ley que prohibía actuar en contra de la lectura.
—¿Una ley? ¿En contra de la lectura? —preguntó el carcelero, incrédulo pero curioso.
—Sí —respondió Horacio—. Al final de ese libro, hay un párrafo que puede liberarme y permitirme leer nuevamente.
Intrigado y un poco preocupado por la posibilidad de estar infringiendo una ley ancestral, el carcelero permitió que Horacio tuviera acceso a otro libro de la biblioteca para verificar su afirmación.
Esa tarde, el carcelero se acercó nerviosamente. —¿Y? ¿Dónde está el párrafo?
Horacio, que acababa de llegar al final del libro, levantó la mirada y dijo: —Oh, lamento el error. Parece que en este libro no era. Pero acabo de empezar con otro. No desesperes, encontraré la respuesta que me hará libre.
El carcelero, ahora inquieto y curioso, decidió concederle más tiempo. Y así, día tras día, libro tras libro, Horacio seguía leyendo, siempre con la promesa de que el próximo libro contendría el párrafo liberador.
No solo logró Horacio seguir con su amada afición, sino que, con el tiempo, el carcelero empezó a preguntarle sobre las historias que leía, y poco a poco empezó a cuestionar las estrictas reglas de la colonia.
Nadie sabe si Horacio encontró alguna vez ese párrafo, pero una cosa era segura: había ganado su libertad, y quizás algo más valioso, había sembrado la semilla de la duda y el cuestionamiento en la mente de quien debía ser su verdugo.
El poder de la lectura había triunfado de nuevo.
"Una hormiga debe trabajar, no perder el tiempo con tales frivolidades", le decía el carcelero hormiga, siempre vigilante, siempre siguiendo las directrices de la Reina.
Horacio fue finalmente descubierto y encerrado en una pequeña cárcel de tierra y piedras, con un carcelero hormiga asignado para asegurarse de que no leyera.
—Te quedarás aquí hasta que comprendas el valor del trabajo y el peligro de la lectura —le espetó el carcelero.
Sin embargo, Horacio fue ingenioso. Le dijo al carcelero que había leído en un libro, que también se encontraba en la biblioteca de la colonia, sobre una antigua ley que prohibía actuar en contra de la lectura.
—¿Una ley? ¿En contra de la lectura? —preguntó el carcelero, incrédulo pero curioso.
—Sí —respondió Horacio—. Al final de ese libro, hay un párrafo que puede liberarme y permitirme leer nuevamente.
Intrigado y un poco preocupado por la posibilidad de estar infringiendo una ley ancestral, el carcelero permitió que Horacio tuviera acceso a otro libro de la biblioteca para verificar su afirmación.
Esa tarde, el carcelero se acercó nerviosamente. —¿Y? ¿Dónde está el párrafo?
Horacio, que acababa de llegar al final del libro, levantó la mirada y dijo: —Oh, lamento el error. Parece que en este libro no era. Pero acabo de empezar con otro. No desesperes, encontraré la respuesta que me hará libre.
El carcelero, ahora inquieto y curioso, decidió concederle más tiempo. Y así, día tras día, libro tras libro, Horacio seguía leyendo, siempre con la promesa de que el próximo libro contendría el párrafo liberador.
No solo logró Horacio seguir con su amada afición, sino que, con el tiempo, el carcelero empezó a preguntarle sobre las historias que leía, y poco a poco empezó a cuestionar las estrictas reglas de la colonia.
Nadie sabe si Horacio encontró alguna vez ese párrafo, pero una cosa era segura: había ganado su libertad, y quizás algo más valioso, había sembrado la semilla de la duda y el cuestionamiento en la mente de quien debía ser su verdugo.
El poder de la lectura había triunfado de nuevo.
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