Arqueología librera: las capas de polvo nos cuentan historias (y nos hacen estornudar)

15 de April, 2025Josué González

Creo que puedo distinguir varias clases de polvo de los libros, "polvo culto" diría un afamado colega librero, pero el más dañino, es el que se acumula por décadas en estantes abandonados. Quisiera describirlo: es tan fino que cuando pasas las yemas de los dedos sobre este tipo de polvillo se impregnan como si fuera un colorante y hay que acudir al lavabo para desprenderlo.

Este polvo particular tiene una textura distinta. No es el polvo común que se forma en cualquier casa en cuestión de días, sino uno que parece fusionarse con el papel, con la tela de las encuadernaciones, como si formara parte integral del libro. Es el resultado de años, a veces décadas, de quietud y abandono.

Lo hemos encontrado en bibliotecas de casas cerradas tras fallecimientos, en bodegas olvidadas, en áticos donde las familias guardaron las pertenencias de parientes que ya no están. Cada vez que nos enfrentamos a él, no podemos evitar preguntarnos por las circunstancias que permitieron su formación. ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Quién fue la última persona que tocó estos libros antes que nosotros?

En una ocasión compramos la biblioteca completa de un médico que había fallecido quince años atrás. Sus libros permanecieron intactos todo ese tiempo, esperando en estantes perfectamente organizados. Al moverlos, el polvo formaba siluetas, revelando exactamente dónde había estado cada volumen durante todos esos años. Era como un negativo fotográfico del tiempo.

A veces, entre las páginas, el polvo preserva pequeños fragmentos de vida: un cabello, una huella digital, restos de comida de una lectura acompañada de café. Pequeños fósiles cotidianos que nos recuerdan que antes de llegar a nuestras manos, estos libros formaron parte de rutinas, de momentos íntimos, de vidas completas.

Solo les hablaré de esta clase de polvo, porque de cierta forma es el que me despierta más preguntas que respuestas. ¿Cómo fue que transcurrió tanto tiempo en un lugar antes habitado y lleno de vida, para formar semejante capa de polvo? Y me recuerdo estornudando días después, porque la sensación se conserva en los bronquios.

Los libreros desarrollamos, por necesidad, una extraña relación con el polvo. Aprendemos a convivir con él, a interpretarlo, a respetarlo incluso, mientras nuestros cuerpos protestan con estornudos y ojos irritados. Es el precio que pagamos por rescatar estos objetos del olvido, por darles una segunda oportunidad.

Quizás sea eso lo que el polvo nos cuenta, en su lenguaje silencioso de partículas: que nada permanece igual, que todo cambia, que incluso los objetos que creamos para preservar conocimiento están sujetos al paso implacable del tiempo. Y nosotros, en nuestra labor de libreros, somos apenas un breve paréntesis en la larga vida de estos libros, un momento de movimiento entre largos períodos de quietud y espera.

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