La librería de Bajío tiene un encanto peculiar. Durante más de diez años, una infinidad de ayudantes han recorrido sus pasillos, dejando huellas únicas en un laberinto lleno de libros.
La librería de Bajío tiene algo peculiar, eso es seguro. Durante más de diez años, he visto desfilar una infinidad de ayudantes por sus pasillos. No sé exactamente qué los atrae aquí. Puede que sea la atmósfera o la simple curiosidad por los libros, pero hay un hilo común que los une: disfrutan de la lectura y de tropezar con hallazgos inesperados en este laberinto de libros.
Uno podría pensar que todos los ayudantes son iguales, pero no. Cada uno deja una huella única, aunque invisible. Si uno escucha con atención, puede notar los susurros entre los pasillos, pistas de las historias que quedaron en el aire, o descubrir una señal secreta en los anaqueles. Es como si los libros se comunicaran entre sí en un idioma que solo unos pocos pueden descifrar.
Las caras cambian, pero hay una especie de espíritu constante entre los ayudantes. Se mueven con una coordinación casi mágica, como si participaran en una danza secreta. Quizá yo no entienda todo lo que ocurre, pero sé que entre ellos existe un código, una red de gestos y miradas que los conectan. A veces parecen distraídos, absortos en sus pensamientos, pero hay un método detrás de su baile silencioso.
La librería es un lugar curioso, cargado de enigmas. Los ayudantes no siempre saben lo que buscan, pero siempre encuentran algo. Me pregunto si es la librería la que los elige o si ellos encuentran en ella un hogar. De cualquier forma, la librería de Bajío sigue su propia lógica, un código oculto que los ayudantes descifran mientras guían a los libros hacia nuevas manos.
Quizá sea mejor no intentar comprenderlo todo. Algunas cosas existen simplemente para ser disfrutadas, rodeadas del misterio que las envuelve.
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