Nuestra bodega es un lugar sencillo, una casa de un piso adaptada como bodega, con un enorme patio trasero que techamos a los meses de que llegamos y un patio frontal que hace a veces de extensión de bodega, a veces de punto de venta para nuestros eventos con libreros.
Los libros llegan después del medio día, como en una antigua ceremonia, cargados en hombros, como vencedores de su destino incierto. Descargamos los paquetes y las cajas con libros una a una y las colocamos en donde descansarán temporalmente antes de que las manos de un hábil librero las revise con calma en una tarea que se extiende día a día y nos recuerda que hay labores afortunadamente interminables.
"Aquí vamos a colocar los libros que van llegando", menciona Luis, quien dirige hábilmente las labores de bodega. Él sabe dónde, cuándo, cómo y por qué; y aunque parece que a veces se le olvida, vuelve a sus anotaciones y señala el lugar exacto en donde se encuentra cada cosa.
Como oficiantes de un antiguo rito, más bien pagano, desempaquetamos los libros recién llegados, con asombro y prisa. No es un secreto que los libreros también nos emocionamos cuando vemos que salen ejemplares de algunos autores que nos gustan, porque sabemos que vienen en contexto y que posiblemente saldrán más, otros más interesantes quizá, así hasta finalizar el día.
La labor de recepción y separación de libros nunca termina en la bodega, es como un juego infinito en el que no hay oponentes, solo un esfuerzo que se mantiene en el tiempo.
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