Lo más valioso que tenemos en la librería de Álamos no son los libros en sí mismos, sino los rostros de quienes los descubren.
Enviamos regularmente libros a esta pequeña sucursal por razones prácticas: necesitamos liberar espacio en otras librerías y desplazar ejemplares repetidos. Aquellos volúmenes que cuestan entre 50 y 100 pesos en otras sucursales, aquí se ofrecen a un precio aún más accesible: tres por 100 pesos. Una decisión de logística que, sin embargo, ha creado algo mucho más significativo.
Lo que no anticipábamos era cómo estos libros, enviados casi como un acto administrativo, se convertirían en motores de descubrimiento.
Observamos a un estudiante que llegó buscando materiales para una tarea y se encontró con un libro de aviación de los años setenta. Durante casi una hora, permaneció absorto en sus ilustraciones técnicas y diagramas. Nunca compró el libro —quizás no tenía los 35 pesos que costaba—, pero en sus ojos vimos esa chispa inconfundible del descubrimiento.
Una señora que pasaba frente a la librería se detuvo al ver, a través del escaparate, los lomos rojos de la colección Bruguera. Entró con nostalgia y nos contó que su padre tenía varios de esos pequeños clásicos. Se llevó tres, no por las historias que contenían, sino por el recuerdo que despertaban. Sus dedos acariciaron las cubiertas como quien reencuentra a un viejo amigo.
Un profesor de secundaria visita religiosamente cada mes buscando ejemplares de la colección SEP setentas. "Estos libros", nos explicó una vez, "hablan de educación, sociología, antropología y filosofía con una claridad que los textos actuales han perdido". Cada vez que encuentra uno nuevo para su colección, lo celebra como si hubiera hallado un tesoro.
Es curioso pensar que estos momentos de asombro y descubrimiento nacen de decisiones tan prosaicas como liberar estanterías. Que un manual de cocina internacional pueda despertar la curiosidad de alguien que nunca ha salido de Hidalgo. Que un ejemplar desgastado de El Padrino pueda ser la puerta de entrada a una pasión literaria de por vida.
La oferta de tres libros por 100 pesos es nuestra forma de decirle a la comunidad: "Hey, aquí hay buenas cosas, dense una vuelta". Pero lo que realmente ofrecemos va más allá del precio. Es la posibilidad de ese momento mágico cuando alguien encuentra algo que no sabía que buscaba.
A diferencia de las librerías de novedades, donde todo está calculado —desde la ubicación de los bestsellers hasta las recomendaciones algorítmicas—, en nuestros estantes existe el caos productivo, la serendipia, el hallazgo fortuito. Aquí el lector es protagonista de su propia aventura, detectivesca y personal.
Quizás las verdaderas joyas no sean los libros en sí, sino esos momentos efímeros de conexión, esos instantes de asombro y curiosidad que mantienen viva la mente. En ese sentido, nuestra pequeña librería de Álamos no es solo un punto de venta: es un laboratorio de descubrimientos inesperados, un generador de pequeños milagros cotidianos que ocurren entre estantes aparentemente comunes.
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