Fui un feliz testigo ese día, de la felicidad de alguien más, qué placer tan dichoso.
Pasan tantas cosas en las librerías, a veces recibimos pedidos imposibles, como: "¿Sabe si tiene un librito, rojito, es así de chiquito, que cuenta la historia de un niño y su perro y su abuela? Fíjese que lo leí hace mucho tiempo y lo ando buscando". O: "¿Tiene Pedro Páramo?" - "¿De Juan Rulfo?" - "De quien sea"; ocurre. Pero hoy te quiero contar sobre sucesos increíbles, reencuentros accidentales.
"Entré a la librería porque me dijeron que ustedes tenían muchos libros viejos y yo andaba buscando un libro que tenía mi abuelo", comenzó a contarle al librero mientras ponía frente a él, un libro gordo, de tapas duras. "Fíjese que mi abuelo fue campesino, pero aprendió a leer ya no recuerdo cómo, y en la finca en la que trabajaba vivía un doctor. Le estoy hablando que eso fue después de la revolución".
El librero, observador, veía el movimiento de las manos del cliente, era como ver a un artista dibujando en el aire sus recuerdos. Sus dedos trazaban formas invisibles que parecían conjurar al abuelo mismo en medio de la librería, entre el polvo de los libros y el silencio de la tarde.
Mientras describía con detalle la personalidad tranquila de su abuelo, iba hojeando el libro. "Mi abuelo fue un hombre sabio, todo el mundo lo consultaba, sabía hacer de todo: licores, pegamento, embutidos", continuó. La lista era larga. Dijo que nunca se fue de su pueblo y dejó entrever su admiración por aquel hombre que, sin haber viajado, poseía una sabiduría que trascendía fronteras.
"Fíjese que tenía este libro, todo desparpajado del uso, adentro había notas, hojas recortadas y boletos de tren, tenía más libros, pero fíjese que bien me acuerdo de este". Sus ojos brillaban con una mezcla de nostalgia y emoción mientras sus manos acariciaban las páginas amarillentas como si pudieran absorber a través de ellas la esencia de aquel abuelo campesino que había convertido un simple libro en una extensión de su alma.
En ese momento entendí, una vez más, por qué amo este oficio. No vendemos libros; custodiamos memorias, preservamos vínculos entre generaciones, somos guardianes accidentales de historias que van mucho más allá de las impresas en las páginas. Cada libro usado es un palimpsesto de vidas, y cada reencuentro como este, un pequeño milagro cotidiano que tenemos el privilegio de presenciar.
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