El departamento estaba lleno de libros, apenas había unos muebles en la sala, un par de sillones y libreros de varios tamaños adosados a las paredes. Los libros habitaban el piso de todo el lugar, en pilas más o menos uniformes, con los volúmenes colocados de 10 en 10, como pequeñas torres de papel que transformaban el espacio en un laberinto literario.
Hace algunos años nos llamaron para revisar esta biblioteca en Lomas de Sotelo, una unidad habitacional muy grande en la Ciudad de México. Llegamos a tiempo y caminamos por los andadores hasta dar con la dirección. La historia de los libros fue breve: el sobrino de la dueña decidía venderlos tras una reciente pérdida, y las decisiones sobre el uso del espacio volvían nuestra misión de carácter urgente.
Tuvimos que revisar uno a uno los libros porque todos estaban forrados, tres veces cada uno de ellos, de afuera hacia adentro. La primera capa era un plástico transparente que no afectaba al libro. Debajo, papel lustre blanco, un poco amarillentado o descolorido, con dobleces perfectos; esta envoltura tenía cinta diurex que descansaba en su misma superficie sin tocar jamás al libro. Y finalmente, una tercera capa en papel parecido al papel bond, con dobleces y cortes perfectos, sin cinta.
Más de 2,000 libros forrados exactamente de la misma forma, ¿lo puedes imaginar? Una acción quizá un poco obsesiva, pero cuidadosa, que transmitía un profundo cariño por los libros. Cada doblez, cada corte, cada pedazo de cinta revelaba una dedicación casi ritual, como si cada libro fuera un tesoro que debía protegerse de los elementos, del tiempo, del deterioro inevitable.
Días después, en la bodega, nos dedicamos a retirar los forros y descubrimos que todos ellos estaban cortados de la misma manera, con un patrón preciso, matemático. Cuánto cuidado. Por su parte, observamos una progresión en las lecturas: autores ingleses, ediciones de lujo bien cuidadas de editoriales españolas, novelas rosas y libros de fantasía.
Al desenvolver cada libro era como descubrir capas de la personalidad de su dueña, una mujer que nunca conocimos pero cuyas huellas quedaron impresas no en las páginas de sus libros, sino en la manera meticulosa en que los protegió. Sus lecturas formaban una biografía silenciosa, y nosotros, testigos tardíos de esa devoción, nos sentimos privilegiados de formar parte, aunque fuera brevemente, de esa historia.
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