Por eso, nuestro sueño como libreros nos mantiene despiertos, comprometidos con la causa, el cambio de manos, apreciar la sonrisa furtiva que tiene el lector para sí cuando piensa, lo he encontrado. Ese instante fugaz donde sus ojos brillan y sus dedos acarician el lomo con una familiaridad inexplicable. Es ahí cuando sabemos que hemos cumplido nuestra misión, que un libro más ha escapado del destino del olvido.
Mira que esta visión es romántica, lo admito, la muerte, acto inherente y destino certero nos sucederá a todos, pero, los libros, ellos no, se conservan como voces imaginarias, contenidas en aquel legendario aparato místico. Perduran más allá de sus creadores, hablan en voces que ya se han apagado, cuentan historias de mentes que hace tiempo dejaron de imaginar. Un libro de hace cien años puede susurrarte al oído como si el tiempo no hubiera transcurrido, como si su autor estuviera sentado frente a ti, mirándote a los ojos.
Muchos lo lograrán, otros, que cumplieron o no su propósito, desaparecerán, pero, ¿no es acaso una gran oportunidad, desterrar del olvido en un acto rebelde, la eternidad contenida en las palabras de quien se tomó el tiempo para madurarlas y colocarlas detenidamente, con diminutos alfileres, una tras otra, una tras otra, elevando un poco la voz para señalar el horizonte?
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